El Tiro Libre

Una sección de Roberto Ibáñez

Conoce al autor

Roberto Ibáñez Ferrer.

Aficionado al baloncesto desde antes de nacer, siendo jugador de baloncesto de la Liga Junior Provincial en el Club P.A.R.S.A. en los años 80 y 90. Seguidor de los Boston Celtics y socio de Albacete Basket desde 2012, en concreto, desde el primer día de su fundación. Pasión por los equipos verdes y amante del baloncesto.

Giannis Antetokounmpo, apellido que en idioma yoruba significa «el rey ha regresado a través de los mares”, The Greek Freak, el Monstruo Griego, líder y uno de los mejores jugadores de la NBA en el equipo de los Bucks de Milwaukee, cuando un periodista le preguntó si había sido un fracaso la eliminación de su equipo de los playoffs, dijo que para nada creía que lo hubiera sido. Que cada año se trabajaba para conseguir algo. Y el hecho de caer eliminados, en realidad no era tan importante. Que todo son pasos dados hacia el éxito. De eso se trata el deporte. Y la vida. No siempre ganas. A veces otras personas, otros equipos ganan. Así de simple.

Fin de temporada.

Terminó la Liga LEB Oro, y ha llegado el tiempo de recapitular. De revivir lo vivido. De analizar un año único. Histórico.

Tras un largo verano lleno de dudas sobre si iba a ser posible que la ciudad de Albacete tuviera un equipo de baloncesto profesional en la segunda división nacional, después de una brillante temporada, Albacete Basket comenzó con ilusión, incertidumbre, escasos recursos y un enorme trabajo por delante, una temporada que de antemano se sabía iba a ser muy dura y difícil. En un liga emocionante y espectacular, pero muy exigente.

Finalmente no pudo ser. El equipo albaceteño, por pequeños detalles, ha perdido la categoría y el año que viene militará de nuevo en LEB Plata.

Pero esto es deporte. Baloncesto profesional. Donde unos equipos ganan y otros pierden. Unos suben de categoría y otros descienden. Esa es su esencia. Su poder. Su capacidad de atracción y de generar emociones.

Y para nada puede suponer un fracaso perder una categoría tan exigente, porque para ello, primero hay que llegar, y no es nada fácil. No todos pueden hacerlo.

Se puede caer, pero después hay que levantarse. Tropezar, caer, levantarse. Y volver a tropezar para volver a ponerse de pie.

Los momentos más duros de las derrotas deportivas, se superan si somos capaces de seguir consiguiendo pequeños objetivos. Pequeños pasos para un fin superior, mientras disfrutamos de un apasionante y emocionante deporte.

Ahora necesitamos tomar distancia. Elevarnos en nuestro cielo manchego para tener una visión más amplia. Con la mirada del águila. Para que los árboles no nos impidan ver el bosque. Pararnos un instante y valorar lo conseguido. Coger impulso y volver a emprender el camino. El del triunfo. Del éxito. Para recuperar el sitio donde una ciudad como Albacete merece estar.

Y da igual los jugadores que hayan estado, estén o tengan que venir. Serán los mejores. Porque son los nuestros y siempre los apoyaremos.

Siempre podremos decir muy alto, en un juego de palabras con la cita de Galdós en sus “Episodios Nacionales”… y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que “Albacete Basket” no se rinde. Nunca.

Volveremos. Mejores… Más fuertes.

Y la locura llegó y fue de color verde.

La demencia, afición del Estudiantes, que ostenta el honor de ser el grupo de animación más conocido del baloncesto nacional, esta vez fue del color del bambú tierno, de la hierba mojada, del bosque en primavera, del color de la esperanza de cientos de corazones que durante varios días anhelaban un choque deportivo de leyenda, un partido para la épica.

Existen dos clases de locura. Una provocada por la enfermedad, por la desesperación, por la desgracia no soportable, incluso por el amor no correspondido; y otra, la necesaria, la que puede ser entendida como una forma de vivir la vida, de escapar del tedio y la monotonía diaria. Más allá de lo habitual. La locura de cerrar los ojos y gritar al cielo. De bailar bajo la lluvia. La que acelera los latidos del corazón y hace que te sientas más vivo. En el fondo, todos necesitamos algo de locura.

El Albacete Basket provocó la demencia. La locura total. En un partido para la historia. Contra Movistar Estudiantes. Un equipo referente, insignia del baloncesto nacional, nacido en el colegio Ramiro de Maeztu de Madrid en los años románticos, con tres Copas del Rey y cuatro subcampeonatos de Liga ACB, cantera inagotable de talento, y del que todo aficionado al deporte de la canasta guarda entrañables recuerdos en los difuminados y primerizos colores que daban los recién salidos aparatos de televisión a color. Un equipo que hasta el año 2021 había participado en todas las ediciones de la máxima categoría del baloncesto español. Un equipo de leyenda.

El día en que todo fue perfecto. La emotiva tarde en que se le retiró el número de la camiseta a otra leyenda del baloncesto albaceteño, Diego Fox. El día en que Albacete Basket venció al equipo del Ramiro de Madrid con cien puntos, un número impecable, redondo, el número de la perfección, del éxito y la plenitud. Un número que quedará para siempre grabado en nuestras retinas.

Y aunque en realidad las victorias no sean tan importantes. En deporte siempre hay alguien que gana y alguien que pierde. Aunque no sepamos lo que nos deparará el futuro deportivo. ¡Acaso importa! Aunque el año que viene juguemos en otra liga, siempre recordaremos esa tarde de sábado, ese momento, ese ambiente, ese partido con una sonrisa.

Siempre podremos decir… Yo ese día estuve ahí. En el Pabellón del Parque. En el Boston Garden de la llanura. El día en que nuestros chicos, nuestros gigantes gladiadores nos hicieron felices. Cuando nos enfrentamos y ganamos a Estudiantes.

El día en que se desató la demencia… La psicosis verde. La locura absoluta.

A diferencia de terrenos escarpados y montañosos, donde el sol se oculta de forma irregular entre montañas y valles, en la llanura, el atardecer se extiende en línea recta sobre un horizonte infinito, dejando una franja de colores anaranjados, un cielo del color del fuego.

En la llanura manchega el cielo se mueve veloz perdiendo la luz al llegar la noche.

Atardece en Albacete. Día de partido.

Ciudad de gente amable que bulle los fines de semana en interminables horas de tardeo donde el hambre y la sed no es inconveniente en casi ningún momento, donde se puede pasear cómodamente, y donde muchos esperan, esperamos expectantes el inicio del partido de baloncesto.

Día de partido. Día de Albacete Basket.

Las puertas del pabellón del Parque se abren para dejar paso a la marea verde que espera ver ganar a su equipo.

Huele a baloncesto.

La luz intensa de los focos cae sobre la brillante tarima de madera creando reflejos como de tesoro antiguo, remarcando las líneas de colores que delimitan la cancha. El marcador electrónico inicia la cuenta atrás.

Los jugadores de ambos equipos calientan y ejercitan sus músculos antes de la batalla, «ave, Caesar, morituri te salutant», mientras los mariscales de campo de los ejércitos observan y diseñan estrategias desde la atalaya de sus banquillos.

Jugadores de músculos marcados y piernas interminables de alabastro. De movimientos ágiles. De rapidez de manos y cuerpos inmensos. Con precisión ensayada lanzan balones a canasta desde todas las posiciones. Miradas concentradas para un solo objetivo. Mandíbulas tensas. Mirada fija y entornada. Mentes concentradas, casi en blanco. Dedos nerviosos antes de la lucha cuerpo a cuerpo.

Tensión. El preludio del duelo.

El árbitro llama a los diez elegidos para la gloria al centro de la cancha.

5, 4, 3, 2, 1…

Me presento. Soy Roberto Ibáñez y tengo el corazón verde.

Esta sección es TIRO LIBRE, donde se hablará de baloncesto, de Albacete Basket, de la vida y de todo en general. De nada en particular.

3, 2, 1… Balón al aire.

Empezamos.